En esta pasada Semana Santa la Familia Pavoniana de Cáceres hemos tenido la oportunidad y el regalo de compartir las celebraciones de los oficios con los vecinos de un pequeño pueblo del norte de Cáceres, Santa Cruz de Paniagua.

Del desconocimiento y la lógica desconfianza del primer día rápidamente pasamos en pocas horas a una cordial acogida y un recibimiento lleno de cariño y de ilusión por compartir la fe y la alegría de estos días tan especiales.

La Iglesia poco a poco se iba llenando con las gentes del pueblo y los familiares que compartían con ellos unos días de vacaciones, y las ganas de vivir la fe en comunidad iban aumentando cada día.

El Jueves Santo, en el día del amor fraterno, aprendimos la importancia de poder lavar los pies a cualquiera que necesite nuestra ayuda, sin fijarnos en su rostro, amar sin condiciones, amar sin reservas, “a fondo perdido”, ¿seremos capaces de entregarnos a los demás con este amor incondicional?

En la mañana del Viernes Santo celebramos un Vía Crucis en el interior de la Iglesia contemplando cada una de las estaciones en hermosos cuadros e imágenes. En cada una de ellas hacíamos una parada para rememorar cada uno de los pasos que tuvo que pasar Jesús hasta dar la vida por todos nosotros.

Muchos piensan al vivir este momento y ver las lágrimas talladas en madera de María y de las mujeres que la acompañaban en el camino del Calvario sufriendo cada año por su hijo: “Ojalá yo hubiera estado allí”; seguro que muchos han deseado ser la Verónica para enjugar las lágrimas a Jesús, o el Cirineo para ayudar a llevar su pesada cruz. Es cierto que ninguno de nosotros pudo acompañar a Cristo físicamente en su larga agonía, pero sí nos vuelve a dar otra oportunidad hoy día, pidiéndonos que repartamos gestos de amor y de ternura con todos aquellos que siguen viviendo su particular calvario de tristeza y sufrimiento.

Este día especial también nos hizo pensar que un cielo gris nos ha acompañado durante toda la Pascua y las gotas de lluvia continuas que no han dejado de caer nos recordaban a las lágrimas de tantas personas que lloran en soledad por no haber encontrado una mano amiga que ayude a aliviar su pena y su sufrimiento. Nuestra tarea primera, que debería dar sentido a nuestra vida, sería recordarles que después de la tormenta siempre vuelve a brilla el sol, y llevarles los colores del arco iris con nuestra sonrisa, nuestra amistad y nuestro cariño.

Al día siguiente, en la celebración del Sábado Santo, una especie de inquietud invadió nuestro corazón al apagar por completo todas las luces de la Iglesia y quedar por unos segundos a oscuras, pero la luz del Cirio Pascual, que iluminó posteriormente cada una de las pequeñas velas que todos portábamos en la mano, nos dejó claro que cualquier diminuta luz, por muy grande que sea la oscuridad de nuestros problemas, es capaz de ofrecer consuelo y esperanza, además de una nueva razón para seguir adelante sin rendirse. Esto es lo que nos ofrece cada año la renovación de las promesas bautismales, un recordatorio para seguir ofreciendo la mejor de nuestras sonrisas una vez que salimos de la Iglesia, para que todos noten la Buena Noticia de Jesús en nuestras vidas.

Y ya en el Domingo de Resurrección nos dimos cuenta de que el sepulcro de nuestros miedos, inquietudes y temores había quedado vacío para dar paso a un corazón renovado, joven y lleno de entusiasmo.

Ojalá cuando la gente se cruce con nosotros se encuentren con un pedacito de Jesús Resucitado, ojalá sepamos llevar la sonrisa amplia y sincera de este día especial a cada uno de nuestros hermanos, ojalá no olvidemos nunca el gesto de amor tan grande que tuvo Jesús por nosotros y su promesa de seguir siempre a nuestro lado, dándonos la mano en nuestras dificultades y compartiendo nuestra alegría en los momentos más dichosos y felices.

Qué bonito que en este pequeño pueblo hayamos podido dejar estos días una huella de alegría y de cariño a toda su buena gente. Qué hermoso poder compartir con ellos su emoción cuando, al salir de la Iglesia, algunos comentaban: “hacía tiempo que no veíamos esta Iglesia tan llena y qué emotivas han sido todas las celebraciones y las canciones”

Volveremos, sin duda, a este pequeño pueblo que tan bien nos ha acogido y querido, y por lo que nos sentimos tan agradecidos, por habernos abierto las puertas de sus casas y de su corazón, compartiendo su comida con nosotros y acompañándonos con fe y devoción en cada una de las celebraciones.

Sin duda nos llevamos sus sonrisas, sus ganas de seguir adelante llevando la fe a cada casa, a cada rincón de este pueblo y a cada corazón.

Blanca Murillo

Familia Pavoniana de Cáceres