El 26 de marzo de este año, tuvo lugar una convivencia de preparación para la Semana Santa, abierta a toda la Familia Pavoniana. Ya han pasado cuatro meses, pero olvidé que me comprometí a escribir un artículo de lo que allí se trató. Olvidé el compromiso y revisando en este tiempo estival las notas de un cuaderno, recordé y cómo esto temas nunca tienen fecha de caducidad, y a todos nos viene bien un repaso, a ello me lanzo.
Fue una mañana muy fructífera y de eso iba el tema de dar fruto.
- Gianni nos habló de que para dar fruto hay que salir al desierto de la soledad y al silencio. Nos explicaba que a veces en la vida hay que buscar a ambos para ver y escuchar con más claridad, menos prejuicios y más limpieza en el mundo de hoy. Para ello, nos proponía ir al desierto espiritual, y para ello hay que apagarlo todo… y buscar un amanecer, escuchar el canto de un pájaro, ir a la naturaleza… sólo así en el silencio podremos escucharnos y conocernos. Pero a menudo huimos del desierto y llenamos la vida de cosas que hacer, reuniones, trabajo y sino lo tenemos lo inventamos porque nos da miedo el silencio y el desierto. Quedamos con la TV, el móvil…con éste, con aquel, pero rara vez tenemos una cita con nosotros mismos, nos asusta, nos da pánico. Preferimos nuestra sociedad llena de contenidos vacíos, malas noticias, cotilleos….
Una cuestión se nos planteó ¿Y si fueran nuestros últimos días? ¿Cómo podríamos dar fruto? El desierto y el silencio exige disciplina, trabajo. A mayor volumen de ocupaciones, mayores tiempos de desierto y de silencio deberíamos tener. Sólo así conseguiremos mayor bienestar, sosiego, paz, tranquilidad para dar a los demás nuestra mejor versión. El binomio desierto-silencio nos enseña a amarnos, nos da sabiduría, nos hace crecer.
También escuchamos el pasaje de la higuera y de cómo los buenos frutos contribuyen a reparar y mejora el mundo. Jesús nos dice: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, si permanecéis unidos a mí, daréis frutos buenos”. Pero no es suficiente estar bien plantado y regadito para dar fruto, sino dar testimonio con las obras de fe, porque cada día se nos acercan muchas personas que buscan una sonrisa, una escucha, una palabra, una mano amiga… ¿Cuántas personas se nos cruzan en un día? Si todos fuéramos capaces de dedicar una hora al día para amar el mundo habría empezado a realizar una gran revolución.
En conclusión, se nos invitó a dar bueno frutos como cristianos porque el Señor sigue esperando nuestra conversión. Y ahora añado yo ¿Verdad que lo reflexionado entonces… no tiene fecha de caducidad?
Ana Teresa Pacheco
Grupo Alborada. -Familia Pavoniana de Cáceres.
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